Les conocí en un lugar encantado.
Caminando por un bosque, donde no cabrían más robles ni castaños, una tabla de madera, con cuatro letras talladas, anunciaba un café. En la Sierra de Béjar, Will, un alemán alto y tranquilo, encontró su lugar. Cuatro años atrás, adquirió una casona de piedra, abandonada a la naturaleza. Después de rehabilitarla, la había convertido en su hogar. En su cocina, abierta al bosque y la vida que por él pasaba, charlábamos, mientras hacía café. Un duende entró en el lugar. Una mujer de ojos azul intenso y risa arrolladora, irrumpió en el espejismo. Detrás, un hombre la acompañaba.
Coincidí con ellos más veces durante el Camino de la Vía de la Plata. En un pueblo de Salamanca, Franceline entró eufórica en el albergue -había sido la primera en llegar-. En Morille, visitamos la iglesia y, de su garganta, de manera espontánea, salieron las notas de un canto medieval. Su voz, bellísima, erizó mi vello y mi espíritu. Luego supe, que también le cantaba a los árboles.
En Salamanca, quedamos para cenar. Cuando llegaron, Franceline, llevaba un brazo en cabestrillo. Mientras se hacían un “selfie de enamorados” -según decía- en el puente romano, cayó al suelo y su cuerpo aplastó su brazo. Peregrinamos por centros de salud, hasta que nos derivaron a las urgencias del hospital. no hubo nada roto. Algunos días después, subiendo por un sendero al Puerto de As Candas, la vi a lolejos, caminando delante de mí y cojeando levemente. Se había torcido el tobillo y lo tenía inflamado. Al verme, su sonrisa iluminó el camino. Llegamos juntos al puerto, atrás quedaba Castilla. Delante, Galicia. Lo celebramos gritando y riendo. Ella cantó Ultreia y aquella misma noche, en A Gudiña, nos despedimos.
Muchos días después, en Asturias, conocí a Josu y Mari Carmen. Me contaron con entusiasmo, que habían conocido en el albergue de Amandi, a una pareja francesa que caminaron desde Sevilla a Santiago. Después, siguieron hasta Oviedo por el Camino Primitivo y ahora, continuaban rumbo a Santander, por el Camino del Norte. Me sentí orgulloso de haberles conocido.
Yo, además, sabía que desde allí, volarían a Londres para ver a su nieto, una maravillosa mezcla de un chico francés y una joven vietnamita.
Fotografías de los Caminos de Santiago de la Vía de la Plata y del Sanabrés.