Manuel Calderón

Viajes de Autor

LA BARBER SHOP

A CORUÑA

Galicia

28 de junio de 2.022

Paseaba por Coruña después de comer. El semáforo cambió a rojo, cuando iba a cruzar la calle. Retrocedí, di media vuelta y vi frente a mí, una barbería. Hacía tiempo que quería arreglarme la barba, aunque si lo hacía, ya no me podría hacer trencitas y ponerme florecillas. Empujé la puerta y entré. Tres chicos jóvenes con barbas y tupés bien cuidados y muchos tatuajes en los brazos, cortaban, afeitaban o peinaban a tres clientes. Pregunté si tenían un hueco para atenderme. Uno de ellos miró la agenda y me dijo que en unos 10 minutos podrían. Le di las gracias y me senté a esperar.

Un hombre bastante mayor entró en el local y me saludó. Pensé que era un cliente, pero cogió un cepillo y barrió el suelo alrededor de un sillón vacío. Cuando hubo terminado, me invitó a sentarme en él. Por el espejo que tenía delante, le vi coger de una estantería, una tela doblada de color burdeos. La desdobló con una sacudida y con un movimiento, que me recordó a un torero, me la echó por delante fijándomela al cuello con un velcro. Cogió las herramientas de corte y me preguntó que quería. Solo barba, le dije.

Le pregunté si le habían hecho un contrato de aprendiz y soltó una gran carcajada. Se puso a cortar y sus manos, que olían muy bien, se movieron alrededor de mi cara, con la tranquilidad que da la experiencia. Cortaba, peinaba, giraba mi cabeza a un lado y a otro empujando suavemente con los dedos, mientras yo, no perdía detalle a través del espejo. Reclinó el asiento hacia atrás. Cerré los ojos y el áspero sonido de la navaja rasurando mi cuello, hasta me pareció relajante.

No me dijo su nombre, pero me contó que tenía 78 años, que llevaba más de 60 en el oficio y que le gustaba tanto lo que hacía que, de momento, no había pensado en retirarse. Y ni falta que hacía, pues, personas así, deberían ser patrimonio para la humanidad.

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