Ayer me dejó mi ex. Después de acompañarme durante una semana en mi camino, cogió un autobús, para ir a por su coche al pueblo donde lo dejó.
Hace 5 años que no estamos juntos y, creo, que gracias a esa ruptura, estoy haciendo este viaje. O, al menos, en parte. Desde que lo dejamos, aparte de los meses que nadaba en el fango y nada podía hacer por alcanzar la orilla, toda mi energía la he canalizado en una sola dirección: aprender a estar solo. A vivir solo. A gustarme y a quererme. Después de 4 años, me he demostrado, que no necesito compartir mi vida para estar completo. No me importa lo que piensen los demás si llego solo, si estoy solo o vivo solo. Puedo viajar y me encanta hacerlo solo. Puedo ser yo y disfrutarlo.
Fuimos caminando desde Piñera hasta Puerto de Vega. Las gaitas animaban la procesión del Carmen. Allí nos despedimos. Nos separamos sabiendo que un vínculo, nos uniría para siempre. Yo, seguí mi camino hacia el Este. Ella al Oeste. Me paré en el puerto para hacer alguna foto. No miré atrás. Mi camino tenía una dirección y era al frente. Caminé muy cerca del mar, por playas solitarias y acantilados vencidos por el viento. Me fui alejando del pasado, porque, el presente, me hacía más fuerte.
El camino me alejó del mar. Anduve por estrechas carreteras hacia el interior. Jardines con muchas flores, rodeaban casas dispersas con fachadas de piedras o de colores. En el porche de una de ellas, una mujer mayor, tomaba el fresco. Un impulso cogió mi mano y la agitó en forma de saludo. La anciana movió su mano y su cara la iluminó con una sonrisa. A mí, ese gesto, me iluminó el pecho.